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Un lugar increíble en la serranía de Ronda. No hay palabras para describir la experiencia. Sin duda el servicio más personalizado que hice en mi vida, con un anfitrión, Enrique, que nos regaló más que una explicación detallada del proceso de su vino natural y luego su cata. Enrique nos regaló su tiempo, tan preciado en estos tiempos locos. Se sentó a degustar sus vinos con nosotros y a compartir historias de vida. Sin dudas repetiré y recomendare. Salí de allí con el espíritu lleno. Muchas gracias por la experiencia, nos volveremos a ver muy pronto.
El “Proyecto de rehabilitación de la antigua Real Fábrica de Hojalata de San Miguel de Ronda” fue premiado en el año 2018 por los Premios Hispania Nostra en la categoría “Intervención en el territorio o en el paisaje”.
El galardón reconoce la restauración de las instalaciones de la Real Fábrica y la puesta en marcha de un proyecto de viticultura ecológica, logrando poner en valor el conjunto de sus instalaciones y generando un impacto social, cultural y económico notable.
Estos premios fueron creados en 2011 para destacar actuaciones ejemplares que contribuyen a la puesta en valor del patrimonio cultural en España.
Más información en la web de los premios Hispania Nostra.
Un lugar único en el mundo. Enrique y Ricardo unos anfitriones como no los has conocido nunca. Y unos vinos únicos, innovadores, naturales, y con un sabor extraordinario. Pero lo más importante: si quieres algo auténtico, este es el sitio. Generosidad, Libertad y Autenticidad. Gracias por lo vivido.
Impresionante. Un lugar idílico donde no te puedes imaginar que haya una bodega. Vinos buenísimos. Mención especial para el dueño, Enrique, y su trabajador Aguilucho (Rafa). Nos han hecho sentir como en casa. Una cena los cuatro con una comida de diez y una post cena que se alargó hasta la madrugada charlando y siguiendo con sus magníficos caldos. Totalmente recomendable
El sábado pasé uno de los días más felices de mi vida, junto con mi mujer y nuestros amigos Juan y su esposa, Carmen, una pareja muy culta y encantadora. La idea de visitar esta Real Fábrica de Hojalata fue de Carmen porque su abuelo fue el principal hojalatero de Madrid. Esta finca está situada en un profundo valle que se abre como un cráter rodeado de verdes laderas y sobre el que discurre el río Genal. El camino para llegar a ella es estrecho, complicado y difícil, de tierra, aunque a veces, en los peores tramos, hay trozos de planchas de hormigón. Hay que circular con mucho tiento, muy despacio, con un coche alto si es posible o mejor con un cuatro por cuatro. El dueño de este paraíso es Enrique Ruiz, un hombre culto y refinado, que fue economista del Banco Mundial y recorrió medio mundo. Se enamoró de este paraje cuando vino a visitarlo. Ha restaurado los edificios de la antigua fábrica, incluida la iglesia, y plantado viñedos ecológicos de diversas variedades de uva. En su bodega, una antigua nave de laminado, cuida todos los detalles: las botellas no llevan etiqueta sino que están serigrafiadas; el tapón lo produce con el corcho de sus alcornoques y el cierre no es metálico sino de cera de abeja producida por sus propias colmenas. Nos preparó una cata de sus vinos en el jardín rodeado de palmeras y árboles frutales: algarrobos, mandarinos, naranjos, limoneros, aguacates y otros árboles de frutos exóticos que nunca había visto. La cata estuvo acompañada de un paté de ciervo exquisito, hecho por el propio Vicente. Luego, como hacía un día muy soleado y el microclima de este valle es excepcional, comimos en una gran mesa bajo la sombra de los árboles, en el jardín. Nos sirvieron los becarios que tiene bajo su tutela, un joven argentino y varias chicas de otras nacionalidades, que comieron a la mesa con nosotros. Los becarios prepararon entremeses de palitos de berenjena, empanadillas vegetales y un fresco y rico ceviche. Luego sacaron a la mesa una gran bandeja con el plato principal: jabalí asado al horno a fuego lento, una auténtica maravilla para el paladar, con una deliciosa salsa hecha también con productos de la huerta. Todo ello regado con los diversos vinos que produce en la bodega, y que yo degusté con mucho tiento, porque tenía que conducir. De postre, una deliciosa tarta hecha también por Enrique con productos de este vergel. Pasamos un día inolvidable en este verdadero paraíso, que recomiendo visitar. El agua la canaliza desde un manantial que hay en lo alto de la ladera del bosque. Es mucho más que una bodega, vais a quedar encantados, sobre todo con el trato de Enrique que ha hecho una labor de restauración impresionante. Volveremos, sin duda.